En la región del Perú, de un lado estaba la milenaria civilización incaica y sus herederos, que peleaban por sus tierras, su cultura y su derecho a una vida digna. Del otro, los invasores españoles, que perseguían el oro, la plata y no escatimaban en muertos.

En 1780, José Gabriel Condorcanqui, descendiente de incas, tomó el nombre del último emperador de los Incas, Túpac Amaru, que había sido asesinado por el virrey Francisco de Toledo, y encabezó una rebelión de indígenas y  mestizos contra el poder español.

Denunciaba los esfuerzos inhumanos a que eran sometidos. Pedía también el fin de los obrajes, verdaderos campos de concentración donde se obligaba a hombres y mujeres, ancianos y niños a trabajar sin descanso.  Denunciaba particularmente el sistema de repartimientos, antecedente del bochornoso pago en especie.

Atado al potro del suplicio en la cámara de torturas, soportaba a José Antonio de Areche que le decía.

"Reniegas de la sangre europea que corre por tus venas, José Gabriel Condorcanqui Noguera. Tu sentencia está lista. Te arrastrarán al cadalso y el verdugo te cortará la lengua. Te atarán a cuatro caballos por las manos y por los pies. Serás descuartizado. Enviaremos un brazo a Tungasuca y el otro se exhibirá en la capital de Carabaya. Una pierna al pueblo de Livitaca y la otra a Santa Rosa de Lampa".

Y así se hizo, asesinando también a su mujer y lugarteniente Micaela Bastidas Puyucawa, y exterminando a toda su descendencia, hasta el cuarto grado de parentesco.

Revolución de Tupac Amaru II. Revoluciones. Canal Encuentro.