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Juan Laurentino Ortiz nació en Puerto Ruiz, Gualeguay, el 11 de junio de 1896. A los tres años,
se traslada junto a su familia, a Mojones Norte, Villaguay, donde su padre es nombrado administrador de una estancia. Pasó su infancia en las selvas de Montiel, un paisaje que marcaría su poesía para siempre.
En 1906 regresa a su ciudad natal, donde comienza a leer y a tomar contacto con los principales poetas del mundo. Es allí también donde inicia su relación con los que habrán de ser algunos de sus grandes amigos: Carlos Mastronardi, el músico Isidoro Maiztegui y el pintor Cesáreo Quirós.
En 1913 se traslada a Buenos Aires, donde reside durante 2 años; en ese periodo, asiste a clase de literatura en la Facultad de Letras de la Plata.
De regreso en Gualeguay, conoce a quien lo acompañará toda su vida: Gerarda Irazusta, quién inspira uno de sus poemas: “Ella iba de pana azul”.
Allá por 1917, Juanele ve con buenos ojos la Revolución que se producía en Rusia, concordando con sus principios e ilusionándose con un nuevo mundo.
Publicó en 1912 sus primeros poemas. En 1923, comenzó a seleccionar los textos que conformarían su primera obra poética, publicada en 1933, El agua y la noche, a ésta le seguirían, entre 1937 y 1958, El alba sube..., El ángel inclinado, La rama hacia el este, El álamo y el viento,
El aire conmovido, La mano infinita, La brisa perfumada, El alma y las colinas y De las raíces y del cielo. Todos son libros publicados por el autor y en tiradas de pocos ejemplares; su poesía llegará a las librerías en 1970 cuando la Biblioteca Vigil de Rosario lance los tres tomos de En el aura del sauce que incluye los diez libros anteriores y tres más inéditos: El junco y la corriente,
El Gualeguay y La orilla que se abisma.
El reconocimiento que su trabajo tuvo hacia los años ’70 se vio alterado por la quema de ejemplares que realizó en la editorial el régimen militar de 1976. Su producción permaneció casi en la oscuridad hasta que la Universidad Nacional del Litoral publicó su Obra completa, enriquecida con poemas no incluidos en: “En el aura del sauce”.
Juanele paso la mayor parte de su vida en su provincia, más allá de su breve estadía en Buenos Aires, y su viaje a China y otros países socialistas, integrando una delegación cultural.
Trabajó como empleado público y llevó una vida retirada que no le impidió ejercer una notable influencia estilística sobre las jóvenes generaciones.
Al jubilarse, alrededor de 1940, se trasladó a Paraná. Allí falleció el 2 de setiembre de 1978. Los restos de Juan L. Ortiz descansan en el cementerio de Gualeguay, junto a los de Gerarda Irazusta.
EN EL PARQUE
FUI AL RÍO...
HAY
SOL DE ESTA TARDE
ELLA IBA DE PANA AZUL
–No salgamos del Parque todavía...
me rogaba mi alma ante el banal
apremio que el regreso me imponía
–No salgamos del Parque, que mi mal
de hastío se fundiera en la alegría
de esta dorada luz primaveral,
tan dulce, que su diáfana armonía,
hace la tarde casi musical.
No salgamos del Parque ... hasta la más
humilde hierba está como transida
de esta delicia clara y extasiada
y ahora soy un ave que esta paz
canta, sobre la rama más subida,
melodiosamente enajenada.
Fui al río, y lo sentía
cerca de mí, enfrente de mí.
Las ramas tenían voces
que no llegaban hasta mí.
La corriente decía
cosas que no entendía.
Me angustiaba casi.
Quería comprenderlo,
sentir qué decía el cielo vago y pálido en él
con su primeras sílabas alargadas,
pero no podía.
Regresaba.
–¿Era yo el que regresaba?–
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas.
De pronto sentí el río en mí,
corría en mí,
con sus orillas trémulas de señas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corría el río en mí con sus ramajes.
Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.
¡Me atravesaba un río, me atravesaba un río!
Hay entre los árboles ...
Hay entre los árboles una dicha pálida,
final, apenas verde, que es un pensamiento
ya, pensamiento fluido de los árboles,
¿luz pensada por éstos en el anochecer?
Imágenes oscuras, los pájaros vacilan,
y quiebran, al fin, tímidas frases entre las hojas:
la pura voz delgada de ese pensamiento
que quiere concretarse porque empieza a sufrir.
¿Sufrir por qué? Alado, tiembla hacia las nubes,
miedoso de perderse, de morir, a pesar
de la gravitación ya sensible de algunas
estrellas y del llamado espectral de las flores.
Sol de esta tarde
ya un poco dorado
que me das este éxtasis
lleno de celeste
hondo, de verde
transparente,
de agua joyante.
Sol de esta tarde
tendido en el pasto.
Chispean las hojas
y en el aire tiembla
un brillo de telas.
Los insectos hacen
égloga dulcísima.
Un pájaro canta...
Ya es toda dorada
la paz.
Ella iba de pana azul entre las manzanillas. Ella.
La mañana pesaba ya, dulcemente.
¡De qué color la sombrilla contra el amor de Octubre?
Entre las manzanillas ella iba.
Entre la nieve ardiente ella iba.
¡En qué ligerísima penumbra sus labios florecían?
(Oh sin la penumbra,
toda la abeja del aire,
toda, sobre sus labios...)
Entre las manzanillas ella iba.
La voz, la voz de niña, algo indecisa aún,
Con pudor, con cierto pudor, de los pétalos ebrios...
Esa edad de Jacinto, ay, ese aire...
Entre las manzanillas ella iba de pana azul,
De un azul más grave que el del Domingo, azul, porque ya era el destino
De ojos a veces bajos o turbados... mi destino.
Mi destino... y yo a su lado, qué?
Ella iba de pana azul entre las manzanillas. Ella.
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